
Muchos de los españoles que viven en Estados Unidos son padres y, aunque la gran mayoría no sabe cuánto tiempo vivirá en su nuevo destino, casi todos buscan que sus hijos aprovechen su estancia integrándose en un colegio diferente al que iban en España y se mezclen con niños de otras culturas. En la primera potencia mundial, cumplir esta preferencia es muy viable, dada la amplitud multicultural que existe.
Esta gran diversidad de culturas y perfiles en las escuelas, sin embargo, puede convertirse pronto en un arma de doble filo. Uno de los hijos de Ana Matia lo vive cada día en su piel. Vive desde hace siete años en Miami y acude al High School de Coral Gables, donde comparte clase con niños procedentes de familias muy humildes pero también de multimillionarios latinoamericanos. Hace cuatro años, un niño murió en este centro a manos de un compañero. “Para mí no es una tarea fácil. Tengo que convencer a mis hijos que lo normal no es tener ocho televisiones en casa, cerrar una discoteca para su fiesta de los 12 años ni alquilar un coche para él y sus amigos”, explica su madre, preocupada por la mala influencia que pueda tener su hijo. Con su experiencia, Matia sabe que un mismo colegio no tiene que encajar en la personalidad de cada niño, razonamiento que le llevó a elegir un centro de Bachillerato Internacional para su hija mayor enfocado a estudiantes que tienen una alta probabilidad de vivir en otros países.
Junto a Matia, se encuentra Irma Gil Ariza, otra española que ha llegado recientemente también a Miami, escucha atentamente a su amiga y añade: “los niños no pueden socializarse tanto como en España porque no cuentan con el tiempo del recreo y eso les impide hacer amigos rápidamente”. En Miami, el horario escolar es de seis o siete horas aproximadamente pero sin tiempo libre. Esto implica salir de clase en torno a las tres de la tarde, lo que dificulta mucho la conciliación laboral de los padres con el cuidado de los hijos, algo de lo que se quejan muchos de los españoles que viven en esta ciudad.
Masificación por zonas
Dado el sistema de acceso a los colegios públicos que hay en Estados Unidos por medio de la zona de residencia, existe el problema grave de que ningún centro puede denegar la entrada de ningún niño que viva cerca, por lo que hay colegios como el Key Biscaine K-8 Center, situado en la isla con el mismo nombre en Miami, que está masificado. “Hay 400 niños de más. En algunos casos, están dando clases con 44 niños y así es difícil el aprendizaje”, detalla sin esconder su inquietud por el progreso que pueda tener su hija de 10 años en clases tan saturadas. Además, este colegio es uno de los que más estudiantes españoles tiene en esta ciudad.
Las dos españolas coinciden en la importancia que le otorgan en Estados Unidos a la comprensión lectora, la lectura rápida, la expresión oral y las matemáticas. “Les enseñan a no tener vergüenza, todos los niños levantan la mano en clase para hablar y con 15 años pueden hacer un discurso ante el colegio entero”, cuenta Ana Matia, realmente entusiasmada con esta actitud. “Las matemáticas son muy distintas a España. En Estados Unidos es una asignatura muy práctica enfocada a los negocios. Están pensadas para que el día de mañana una persona pueda resolver un problema con grandes cifras rápidamente”, añade Gil Ariza aun sorprendida.
Lo que más les preocupa, sin embargo, es que no se olviden de hablar bien español y se esfuercen por obtener buenos resultados. “Aquí su aprendizaje es muy práctico, no memorizan, no saben estudiar 15 temas para un examen y no es difícil sacar una buena nota”, lamenta Matia, quien empuja a sus hijos a sacrificarse en los estudios. Lo que no permiten en ningún caso es copiar a un compañero en un examen y es un motivo de expulsión.
La universidad, el gran objetivo
El objetivo de la educación estadounidense, según estas dos expatriadas, es conseguir llegar a la universidad que el estudiante desee. Al ser caras y contar con un gran prestigio, luchan desde pequeños para estudiar en la mejor y en la medida de lo posible, conseguir becas por sobresalir en alguna práctica, generalmente deportiva. Les preparan mentalmente desde que tienen seis años aunque las notas para la universidad cuenten realmente a partir de los 14 años. Y es que la nota media de High School, llamada GPA, es una de las claves para poder estudiar en una universidad o en otra.
Todo el aprendizaje escolar se enfoca a que el alumno esté muy preparado para pasar los importantes exámenes de matemáticas y lectura que hay para acceder a la educación universitaria y para el cual no se estudia, como sí ocurre con la Selectividad en España, sino que se presentan con el conocimiento que hayan adquirido en los años anteriores. Además, las universidades tienen muy en cuenta que el alumno haya sido muy activo en actividades extraescolares. De modo que lo que debería entenderse como un trabajo diario para labrarse un futuro se convierte en una presión que sofoca tanto a padres como a alumnos desde muy pronto.
Otro de los grandes cambios que se ha encontrado la hija de Irma Gil Ariza es la reacción de sus compañeros cuando obtiene buenas notas. “En España nunca le aplaudían cuando era la mejor en clase, ni la animaban ni sus compañeros la admiraban como aquí. Con esta actitud que inculcan a los niños han conseguido que se sienta muy orgullosa de ella misma”, comenta su madre también muy satisfecha. Matia se muestra completamente de acuerdo: “si un alumno no es muy bueno en alguna asignatura, le motivan para que lo sea”. Éste, sin duda, es uno de los puntos primordiales que las dos españolas consideran que debería trasladarse a nuestro país. Por ello, la integración de los niños españoles en los colegios estadounidenses no es complicada. Si bien el inglés puede ser un handicap al principio, la sensación que tienen al estudiar es siempre positiva, se sienten útiles para el futuro.
Por Carolina Góngora